martes, 23 de abril de 2013

Más humano que los humanos.

La pregunta era aquella de quién vigila a quien vigila. Quién nos defiende de quienes dicen defendernos, cuando en un momento se puede borrar un edificio entero de un mal estornudo.
Están ellos, claro, los grandes, surcando el cielo con sus capas, inclinados sobre gárgolas, acechando males posibles. Vigilan nuestros días, protegen nuestros sueños, pero... ¿Y si todo fallase?¿Y si desapareciesen?¿Y si no estuviesen cuando más los necesitamos?¿Y si, simplemente, quisiéramos ser un poco ellos, o incluso seamos ya un poco ellos?
Tal vez por eso me metí en esto. Volar. Luchar contra los malos. Regresar a casa sabiendo que el mundo sigue seguro. Y sabiendo que somos solo personas, que nacimos en barrios pobres y nos esforzamos en salir adelante. Que solo queremos ayudar a los grandes, o estar ahí cuando ellos no están. Suplir con tecnología nuestras deficiencias, con nuestras armaduras, con nuestros implantes. Renunciar a parte de nuestra carne es un orgullo. Solo los más listos, solo los mejores lo consiguen. Y no todos aguantan. Es duro enfrentarse a un antiguo compañero. Pero hay que hacerlo. Tambien es duro entrenarse para luchar contra los grandes, contra la gente que admiras. Nos dicen que es por si acaso. Por si acaso la humanidad se quedara sola, somos su última línea de defensa.

(A muchos metros bajo tierra, con mil cables conectados, lo que fue un hombre sueña, lejos de allí, ya en la superficie, un cuerpo metálico mira al cielo, por si cruzara uno de los grandes)